SEP 2012, (3) HAN PASADO MÁS DE 50 AÑOS…
E |
l artículo que tienes delante, querido lector(a), es una Historia narrada brevemente pero de grandes alcances. El Siglo XX se cubrió de guerras sangrientas, las más grandes de la Historia del Mundo; sin embargo esa terrible devastación motivó que se realizara un gran evento. Algo que acabara con el odio y la muerte, donde el hombre luche por la paz y el amor, se abrió una “Primavera” cuya esperanza aún prevalece.
Han pasado más de 50 años…
Maricarmen Iribarren
La Segunda Guerra Mundial había terminado el 14 de Agosto de 1945 con el Juicio de Nurenberg. Se enjuiciaba a los países vencidos, aunque la guerra de vencidos y vencedores, había causado la muerte de más de 50 millones de seres humanos. Se acusaba especialmente a los Países del Eje de asesinatos, fusilamientos, muerte en cámara de gas, en campos de concentración, trabajos forzados,, torturas, experiencias científicas aún en niños y millones de inocentes… un caos deshumanizado sin precedentes.
La Iglesia Católica Apostólica Romana se había visto envuelta en aquella terrible lucha política que brotó desde Europa. En la Sede Romana, como en todos los sitios, a pesar de esa supuesto fin de la guerra, bullía efervescente una fuerte contraposición entre quienes querían que todo volviese a la vida anterior y los que anhelaban un mundo distinto, una paz y libertad diferente, no más presión, ni agonía injustificada.
Habían pasado trece años y la humanidad seguía desorientada. En 1958 murió el Sumo Pontífice Pío XII y entre los Cardenales que debían elegir al siguiente Papa, aún se palpaba enorme inquietud. Ya en el Cónclave, no se ponían de acuerdo hasta que, como un remedio apresurado, decidieron elegir a un Cardenal anciano de transición para que su gobierno fuera corto en tanto que aquella crisis de desconcierto se apaciguaba y pudieran unificarse.
Fue elegido por unanimidad, sin que él lo supiera, el Cardenal Ángelo Giussepe Roncalli de 77 años. Un hombre tranquilo, amable, sencillo, y al parecer, fácilmente gobernable. ¡¡¡Cómo se equivocaban en esto último…!!! Aquel personaje era profundamente espiritual, amaba a Dios con delirio, justo por excelencia, con un corazón de padre, amigo, pastor de almas, una inteligencia sobresaliente y una energía de carácter indomable para hacer el bien, consolar a los afligidos y anhelante de la paz y la unión de la humanidad entera. Escogió el nombre de Juan XXIII.
El Colegio Cardenalicio pronto tuvo que darse cuenta que se habían equivocado. Asombrados, después de apenas dos meses de su elección Juan XXIII reunió a todos ellos, anunciando serena y firmemente que abriría el Concilio Vaticano II para la renovación de nuestra Iglesia como ejemplo del cambio indispensable para la transformación de ese mundo doliente, del alivio de los pobres, los marginados y los inocentes. No se olvidó del sufrimiento interior de los sacerdotes, religiosos, y fieles a quienes oprimían algunas leyes de la misma Iglesia; dentro también se necesitaba un aire más limpio, un ministerio más nuevo, más vivencialmente evangélico.
El nuevo Papa, para lograrlo luchó tenazmente, reunió a más de 2000 obispos y teólogos de todo el mundo, no se tocaría la doctrina, discutirían esa renovación y la confirmarían; deseaba el ecumenismo, o sea no más lucha entre religiones y por eso, como oyentes, invitó a los obispos de la Iglesia Ortodoxa, a los anglicanos, a los protestantes a quienes llamó Hermanos Separados, a musulmanes, a algunos socialistas rusos… Buscaba una conversión mundial con amor y paz, alegría, ayuda mutua, justicia y cordialidad, misericordia, perdón a quienes hubieran pecado, sin distinción de razas, medios sociales, sexos, etc. en una palabra que se abriera el Reino de Dios declarado por Jesús de Nazaret al mundo entero: “El Pueblo de Dios”. Todo se inició el 8 de Diciembre de 1962.
Como es natural lo bueno siempre es difícil, ningún encumbrado soporta caer de su sitio y volverse uno de tantos. Juan XXII fue fuertemente rechazado, sufrió dolorosa y encarnizada controversia por algunos que no querían ese Concilio ni sus cambios. Fue un esfuerzo tremendo pero al abrirlo la mayoría de los integrantes del Concilio lo apoyó, vio una feliz “Primavera de la Iglesia”. El mundo entero esperanzado se alegraba y esperaba ese cambio saludable.
Efectivamente fue corto su gobierno, un cáncer intestinal se lo llevó. El mundo entero lo amaba y le dolía intensamente perderlo; él, tranquilo aceptaba la voluntad de Dios y en el fondo de su alma generosa daba gracias a Dios de haberle permitido abrir ese inaudito Concilio que cambiaría para siempre la mente y el corazón de millones de seres humanos. Con angustia vieron morir al autor del Concilio, Juan XXIII, el 8 de junio de 1963. El 16 de junio fue sepultado en las grutas vaticanas. Y el 21 fue elegido Papa, con el nombre de Paulo VI, el cardenal arzobispo de Milán, Monseñor Gianbattista Montini quien con valor continuó la obra tan valiosa de su predecesor y amigo.
El Concilio se vio apoyado por grandes obispos y teólogos de cerebros geniales, con corazón de oro y decididos a cualquier precio para lograr esa renovación eclesial: Karl Rahner, el Cardenal Bea, J.Döpfner, Lercaro, Suenens, Hans Küng y tantos otros que no es posible enumerar. El Papa Paulo VI también luchó y sufrió la presión de los conservadores que no cejaron. Hubo cambios amplios y hermosos en la Liturgia como la celebración eucarística, la misa se diría no sólo en las mañanas y en el idioma de cada país en lugar del latín, etc.
Teológicamente se aceptó que el ser humano se puede salvar y no únicamente los bautizados en la Iglesia Católica, se estudió a fondo la misión de ella, la Iglesia y su renovación de acuerdo al mundo moderno.
Sin embargo los conservadores lograron que se negara el permiso de comulgar a quienes efectuaran un nuevo matrimonio si eran divorciados, ni los anticonceptivos. Menos aún el celibato opcional de los sacerdotes. Esta negación causó pena tanto a los laicos como a los sacerdotes y religiosos, sin embargo todos abrieron su corazón a la esperanza de un cambio en un futuro cercano.
Al terminar Paulo VI escribió el “Lumen Gentium” que manifiesta la nueva estructura de la Iglesia, y el 8 de Diciembre de 1965 dio por terminado el Concilio Vaticano II.
Medellín y Puebla.
Estos sucesos se habían extendido especialmente en Europa. Aquí, en América Latina se ansiaba conocer a fondo los logros del Concilio, vivir esa renovación tan indispensable a sus pueblos severamente oprimidos. Se luchó porque el Papa Pablo VI viniera y se hiciera una Conferencia General de obispos, sacerdotes, religiosos, para que ellos y los fieles, pudieran conocer y encausar en América Latina esos cambios. Cuando Pablo VI vino lo llamaron “Peregrino de la Paz”. Se abrieron dos Conferencias Generales en Medellín, Colombia. La en Agosto y Septiembre de 1968.
El Santo Padre dio un espiritual y extenso discurso incluyendo lo social; se dieron excelentes ponencias de parte de los Obispos y teólogos de realidades profundas, querían la actual transformación de la gente oprimida y de la Iglesia de América Latina a la luz del Concilio. Fueron muy provechosas.
Más tarde en enero de 1979, hubo una tercera Conferencia en la Ciudad de Puebla, México. Vino un nuevo Pontífice: Juan Pablo II. Latino América seguía pidiendo la renovación deseada, se abrieron los temas más necesarios para establecer grandes prioridades y una adecuada articulación, se intentó que lo dicho en Medellín se volviera pastoral en práctica, se expresaron ideas más nuevas, entre ellas se habló de lo que se ha llamado Teología de la Liberación, pero esta vez no tuvo el éxito de Medellín. Ya se notaba cierta suspensión a la amplitud del Concilio, más bien se inclinaba a lo conservador. Pasados los años se fue intentando que se olvidara aquella renovación tan deseada y recobrar la situación conservadora anterior con novedades deslumbrantes pero opacando lo dicho en el Concilio.
Sin embargo la fuerza del Concilio se había hundido en los corazones de miles de católicos y hasta la fecha aquellos que vivieron esa hermosa Primavera Eclesial, siguen luchando porque ese Concilio siga cambiando, no la Doctrina, sino aquellos cánones o leyes de nuestra Iglesia que ahora hacen más daño al mundo y nuestra Iglesia se ve más comprometida.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Tu opinión es muy importante para nosotros:
<< Inicio